y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.
Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.
Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.
Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.
Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.
Pablo Neruda
Aún hoy, no entiendo por qué esa creencia de que lo conocido es lo comercial y por extensión lo deficiente. ¿En qué momento lo conocido se convirtió en lo usado y deficiente? ¿Desde cuándo lo célebre carece de calidad, por el mero hecho de ser célebre? ¿Cuándo, lo desconocido o ignorado, ganaron prestigio al lado de lo distinguido? Y aún a riesgo de dar lugar a mal entendidos, puesto, que ni de lejos mi intención es restar importancia a todos esos textos que injustamente se han perdido en el tiempo sin llegar a la consideración que probablemente merezcan, yo me pregunto ¿Es que acaso, no sentirías el mismo devenir de sentimientos, y no te perderías igual en la catedral de palabras, si fuese un poema menos conocido? Mi respuesta inamovible es sí. Qué importa si el texto pertenece al cementerio de los libros olvidados de Zafón o al más alto escalón dentro del pódium del respeto y la fama.
Un poema, es un poema, y no importa cuán conocido sea, si cada vez que lo lees desapareces por unos minutos de este mundo tratando de desentrañar los misterios que el poeta quiso esconder tras las palabras.
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