Despertarse por la mañana con esa extraña sensación de quien no sabe qué sentir al levantarse, ¿Será un día bueno? ¿Uno malo?; ¿Cómo me sentiré?, Contenta, desganada, relajada, eufórica, alicaída, estresada,vehemente, angustiada, afligida... Hay un sinfín de estados de ánimo.
Yo, personalmente, prefiero no dejar el trabajo, de decantarme por uno, únicamente al azar del pie con el que me levante de la cama. Abro la ventana, y observo que hay un sol ya alto, lo que me recuerda que es verano y los días son largos; oigo a tantos pájaros cantar que me atrevería a decir que hay más de 30 cantos diferentes sonando en un acople perfecto; dos golondrinas se miran vergonzosas apoyadas en la misma rama, primero la una y luego la otra; miro a la calle y los madrugadores han salido ya a pasear a sus perros, los deportistas a despejarse con la primera carrera del día, incluso algún que otro viandante aprovecha esos rayos de sol para dar un paseo antes de comenzar la rutina, o tal vez sea parte de su rutina, incluso podría ser que fuere esa parte de la rutina que hace soportable el resto del día, quién sabe.
Ahora dime tú, qué razón tengo hoy para no tener una sonrisa en los labios, cómo no sentirme con ganas de afrontar el día, de aprovechar la vida, cómo no sentirme vivaz si en cada milímetro de tierra que miro hay plantas, bichitos, personas que tienen mil y un planes para el día de hoy, cómo no querer vivir otro día más, si mire donde mire, hay vida. ¿Quién tiene todos los días la oportunidad de mirar por la ventana y sentir que la vida merece la pena vivirla al minuto e ir saboreando cada paso para no olvidarlo? En realidad, todos tenemos esa oportunidad. Y, desde mi tímida opinión, tienes que ser muy estúpido para no empezar el día lo mejor posible y lo más enérgico, dinámico y tenaz que tú mismo te permitas ser.
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