Aún le siento.
Aún lo siento
entre mis manos,
la boda de un ruiseñor
riendo mis bailes y caídas,
las nuestras.
Juro sobre mi corazón
que he visto la belleza desangrarse
en centenares de paisajes, pero
esos ojos.
Brillaban sonrisas a punto de explotar
lágrimas pasajeras de sus mejillas
por ver a un pájaro volar.
Me alimento a diario de nostalgia,
mi dosis de veneno que
día a gota,
verso a entraña,
rosales que como imágenes
congeladas de un ayer,
agarro y que no dejen de crecer
por mi carne.
A ver si me desangro yo también.
Y ya no sé si por costumbre o convencida,
clavo mis uñas en la herida
antes de dormir, que supure
después de ducharme.
En general: mientras finjo vivir.
No vaya a ser que le sobreviva yo a él.
Por ello me mato a sabiendas,
entre risas enlatadas y
el eco de nuestras manos enlazadas.
Sonriéndonos.
Mi dosis terapéutica,
he olvidado si algún día aprendí
cómo vivir sabiéndote a ti vivo
y lejos de mi.
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