Cuesta aceptar el cambio. Dicen y acato que es una de las características más personales del Ser Humano. Desde luego Darwin estaría de todo menos orgulloso, tantos meses en un útero para que seamos la especie con "mayor capacidad de adaptación que haya existido". Desde luego, buen chiste.
Nos encanta. Disfrutamos de aquel "esa gran especie". Mas jamás llegamos a dejar de ser esos pequeños monitos que se enrabietan cuando se dan cuenta de que su hermano le acaba de quitar el último plátano de la rama.
Se rasga.
La rutina de promesas
inmediatas de mis labios;
las sonrisas dirigidas;
los planes a largo y corto plazo.
Se cambia.
La lectura al descansar;
la maleta de su mano;
las postales sin mandar.
El centro de mi universo al navegar.
Y así, se pierde.
Eso dicen sin cesar.
Que me quema la fricción,
que marea tanto giro,
y que siento su dolor.
Pero cómo puedo
al tiempo,
sentir que me mueve
una pulsión.
Que mis pies no van
sino bailando con mi latido,
al son.
Que ojalá nada cambie,
que nada deje de cambiar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario