Pero si había dormido, ¿ de qué naturaleza - no podemos dejar de preguntar - son los sueños como ése? ¿Son medidas reparadoras, letargos en que los recuerdos más dolorosos, los hechos capaces de invalidar la vida para siempre, son rozados por una ala oscura que les alisa la aspereza y los dora, por feos y mezquinos que sean, con un resplandor, una incandescencia? ¿Es preciso que el dedo de la muerte se pose sobre el tumulto de vida de vez en cuando para que no nos haga pedazos? ¿Estamos conformados de tal manera que diariamente necesitamos minúsculas dosis de muerte para ejercer el oficio de vivir? Y entonces, ¿qué raros poderes son ésos que penetran nuestros más secretos caminos y cambian nuestros bienes más preciosos a despecho de nuestra voluntad?
- Orlando, Virginia Wolf
Vuelvo con los pies desnudos de intenciones, con la contradicción, sin embargo, de estar buscándome. Vengo sin palabras, pues he ido descreyendo las ideas que me sustentaban para dejarlas libres o alejarlas de mí. También fui negligente. Ahora miro, en este saco saco de hiel y humo y las encuentro famélicas, esbozando la nada.
No es la primera vez, yo siempre vuelvo. Aunque para ser honesta, nunca abandono del todo los lugares, las personas... He aquí la paradoja de mi mala memoria explícita y la amalgama de fantasmas que habitan mi piel. Nunca olvido del todo. Pero qué otra opción me queda, dime: cómo se olvida sin la mentira como empaquetador; qué otro modo de olvidar hay que no implica descreer la verdad y mancharla para que brille menos.
Seamos francos, entre el dolor y la anestesia, me quedo con la segunda porque el primero es por definición desgarrador e inconsolable. Sin embargo la segunda siempre me pareció una perra traicionera y embustera; he visto quienes nunca se libraron de su telaraña de hielo y miel.
Parece que aún no hemos entendido nada sobre la vida, nada sobre estructuras y consolidaciones, nada sobre el individuo.
Volver a volver, volver a volver, volver a volver, volver a volver, volver a volver.... Volver a volver.
La tinta llama a la tinta, el beso al sexo y la muerte a la escritura.
Y por esto estoy aquí, por los amores inevitables: las hojas enamoradas del suelo, mis llaves del primer bolsillo que pase por delante, el tiempo enamorado del olvido y los cristales rotos de mi pecho.
Todo lo contrario a los amores imposibles, ya sabes, el de los patines enamorados de la arena; el de un sujetador y las manos de un hombre nervioso; el silencio y los espejos; los secretos y la voz; el final enamorado del inicio.
Asíque sí, vuelvo; aunque no vuelvo justo donde me quedé en aquellas escaleras de Leeds, escuchando a Gabo Ferro, escribiendo e-mails a tientas, con un cigarro y una humeante taza de té.
No se pueden desandar los senderos, esto nos salva y nos condena. Las cadenas del tiempo no entienden de causas, o más bien, parecen haberlo entendido todo al revés; cuando lo quieres detener se escapa y cuando deseas que desaparezca se agranda como las sombras con las últimas luces. Ahí es cuando se despiertan los fantasmas que más miedo dan y con sus amigos juegan con las partes de mi cuerpo, pero esta vez no hay calor tras mi espalda, no hay suelo bajo mis pies y ni siquiera las esquinas me consuelan.
Y aquí mi siguiente paradoja: solo esta hélice aliada de mi enemigo el tiempo me acompaña y calma. Al fin y al cabo, nunca tendré que atravesar los segundos más dolorosos de nuevo, serán diferentes; los habrá peores y menos duros; pero nunca serán los mismos. Así, continuando su incansable giro, impide que nadie arrebate nada, las caricias fueron entregadas, las construcciones creadas pensando juntos, los senderos y puentes ya unieron nuestros mapas.
Vuelvo pues a esta ausencia de mí.
Y así me despido,
sostenida boca abajo
en el lado izquierdo de esta hélice,
tan solo prácticamente simétrica;
tres bucles en alguna dirección,
tres bucles menos
que dolerse.