Él, él
que siempre confundió
saborear sinceramente,
con el hedor a anestésico.
Él,
el que al frío equivocó,
diciéndole que sereno
ahora se llamaba.
Y se confundieron los dos.
Quien a la aceptación,
sustento del ápice en límite
que me unía a la cordura,
logro tintar de oscuro sentir.
Él, él que es ella
y ella que se fue,
que marchó sin siquiera adiós,
no hubo esta vez perdón.
¡Y lo cierto!, no me extraña
pues a ella también le di...
Todo se lo regalé: prosa en flor,
miel y secreto de amor.
Todo, ¡todo, porque yo lo quise!
porque desconcertada e ilusa
pensé que así era sentir.
Las yemas en su piel,
"su destello" cuando sabía
quién es.
Olvidar, y es olvidar
a la luna anochecer.
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