- El bolígrafo azul, para los recuadros; Magenta para las líneas que los unen, ¿Sí?
- Sí, ¡me gusta! ¿el morado para el título?
- ¡Genial! Verde para la conclusión, estría bien.
- ¿Conclusión?
- Bueno, ya sabes... esas pequeñas cosas que puedes ir sacando en claro, no sé... ¿No te gusta?
- ¡Ah, sí, claro! Venga, vamos a ponernos ya a ello - concluyó él para ser respondido con una de esas sonrisas que era inevitable contestar.
Las redondeadas puntas correteaban por el papel, se juntaban, para alejarse de nuevo... Se deslizaban tenaces sus cuerpos, el uno junto al otro, a trazo tembloroso. Gritaba la certeza del miedo en sus tintas, allí por donde fluía su vida, la esencia, un por qué y sentido del respirar.
Cuánto más miraban, cuánto más analizaban, menos lógica tenía nada. ¿De dónde los disparos? y meriendas en el techo; ¿Cómo que una daga? Y este gorrito de fiesta, ¿Qué pinta aquí en medio?... - Vaya lío.
Se miraban sin saber muy bien por dónde seguir, era fuerte su pulso y lo sentía. Mas como el espejo más puro se conformaban sus cuerpos, el beso, la caricia, un cielo entre sus deshidratadas pieles. Se miraban, se morían, espejismos arremolinados creaban brechas ante terremotos. Eran uno, enfocando sus legañas en los ojos de él, aquel de quien era presa la tensión al caminar de un relámpago sobre los hilados nervios que veía en ella. Y así siguieron, con los dedos encallados y la tinta enguantando su sentir.
Y entre lapsos cada poco, jugaban a estrecharse al ritmo de un latido acelerado para tomarse una cerveza de sus labios. Y con las manos, desechar las costillas salvando al corazón, porque no importa cuan gripado digan los teóricos que está este esquema, nosotros supimos amar - quiero decir... ellos -.
- Ya seguiremos, mañana. Y bailar.
Por esos cinco minutos más que fueron sobre sus pies.