No es mio. Nada de esto es mio.
Encontraré a mis creadores entre la oscuridad, todos estarán de acuerdo:
Suffocator.
Un viento de susurros que fueron pronunciados hace tantos días que ya no encuentro al emisor. Me mece la mano de la arena, que suave me acaricia en un adiós, una sola vez. La historia hecha polvo en este reloj que no entiende de súplicas, estructuras faraónicas se derrumban tan organizadas... que casi asusta, y tic, tac; tic, tac; tic, tac...
Cofres de secretos bajo la luna, invitaciones a un baile en el puerto. Las suturas se reabsorbieron antes de lograr cerrar todos los vacíos que me dejé expuestos, todas las cavitaciones inaccesibles al público. Cada dos días cambio la cura: vuelvo a limpiar, desinfecto de nuevo, nutro las yagas con el ahora más puro y vuelvo a tapar. Si aún sangro, soy de las que tienen suerte, ¿recuerdas?
Nos creía excepción a toda regla y terminamos siendo el cliché menos humorístico y original de toda la cartelera, aunque no me termine de meter en el papel: Día a verso, sueño a entraña.
Miro atrás un momento - miedosa de otra reapertura- y solo así te veo. Lo bulgar de esta vida granula entre las contradicciones de mi discurso diario, me sonríe detrás del árbol de todas nuestras fotografías. Esta oportunidad carece de sentido, rumbo perdido y constante, mente traicionera, deseos de un momento; todo lucha por permanecer sin ser consciente de su propia naturaleza. Nos negamos a este ciclo de pañuelos de colores que esclavos de las ráfagas, fijan los parpadeos en el desafortunado guión.
No quiero dejar de mirar, no me quiero callar; pero tengo miedo. No recuerdo cuándo empecé a olvidarme los finales resolutivos en beneficio de este agitado abrazo de compasión desnuda.